Cinco años. Un lustro. Posiblemente los cinco años en los
que más me he reído en mi vida (que ya es partir de cotas altas, para qué
mentir). Cinco años en los que los ojos se me llenan de recuerdos, de gente
nueva que se convirtió inmediatamente en indispensable. De gente que estaba ahí
antes, y que ahora sé que se quedará para siempre. La vida, que hace filtro.
Cinco años en los que he aprendido a hacer fotos y a viajar. A viajar con los
bolsillos vacíos y las ganas puestas. También he aprendido a huir. Pero siempre
hacia delante. Me veo incapaz de resumir
estos cinco años (yo, la reina del collage de fotos y el punto y seguido),
porque no quiero dejarme ninguna sonrisa, ningún abrazo, ninguna mirada. Hoy cumplo
cinco años. Porque hoy hace cinco años que Aachen entró en mi vida, trayéndome
a mí de paso. Es cierto que estos cinco años también han estado llenos de
despedidas: en aeropuertos, en estaciones de tren, en paradas de autobús, en
taxis, en intercambiadores y en estaciones intermodales. Despedidas que
detesto. Y en las que nunca se dice adiós. Son cinco años de repartir amigos
por el mundo y jugar a visitarlos. Amigos propios y heredados. De hacer planes
y recorrer el mundo con amigos de amigos que se convierten en propios. Cinco años
en los que he conocido quince países, he aprendido alemán, puedo chapurrear
italiano y catalán (con acento valenciano, eso sí) y he acabado la carrera. Cinco
años en los que he sido inmensamente feliz.
Gracias a todos, por venir y contribuir.
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